He de reconocer que escribo sobrecogido por la belleza de detalles que son regalos incrustados en estos días. Hoy quiero contaros uno de ellos surgido en un baño cualquiera de piscina.

En mis dieciséis y diecisiete, me consta que en los actuales también, la gramática de piscinas, institutos y lugares públicos era la de la burla y la risa a costa de otros, en un ejercicio transmitido de generación en generación sin ejercicio de responsabilidad sobre el daño que muchos llevaron en distintas intensidades por haber sido objeto del daño a pagar por la risa de grupos con poco talento y creatividad.

Me consta, por mis amigos psicólogos, que es fuente de no pocas heridas y complejos que implican mucho tiempo de trabajo y rehabilitación, reconociendo además, que es este es poco precio frente al dolor acumulado y sordo.

He llegado a la piscina a media tarde. En uno de los laterales, previa supervisión del socorrista y tomadas las oportunas medidas de seguridad, algunos de nuestros jóvenes hacían saltos dando la voltereta sobre sí mismos antes de entrar en el agua. Mortales, en un nombre pretencioso a tenor del riesgo que implica: un ejercicio bastante sencillo cuyo único riesgo es hacer un sonoro ridículo.

Los jóvenes eran habilidosos y concitaban atracción. Pero su gramática era otra.

Durante un rato largo he observado la invitación a otros de que se animaran en el intento tras oportunas indicaciones sobre el lugar donde dar el salto, la correcta posición de brazos y piernas....

Lejos que aprovechar su capacidad como ocasión de exhibicionismo han celebrado cada mejora, aplaudido cada ensayo exitoso y han derramado especial pasión con los ensayos errados.

Su éxito no era el aplauso sino compartir las sensaciones con quienes no las han experimentado, alegrarse con ellos, celebrar ser uno más en el juego compartido, ver un miedo superado. Por instantes, entre salto y salto, han sido capaces de crear un espacio precioso, de risa compartida, de aceptación y respaldo, de encuentro y crecimiento al que se han sumado muchos que se habrían retraído ante el riesgo de sufrir el daño de la burla.

Minutos para saborear la fuerza de espacios inundados de confianza y refuerzo positivo frente al agresivo ambiente que en tantas ocasiones somos capaces de generar.

Me llevo estos instantes en el corazón para ponerlos como horizonte de los espacios a los que está llamada toda parroquia para cumplir con el horizonte de su etimología: el lugar donde todo forastero puede sentirse como en casa.

Y, en la oración de esta tarde, doy inmensas gracias por la esperanza de que jóvenes hayan mostrado las posibilidades de una gramática alternativa a la que tantos daños innecesarios generó. Y por el testimonio de personas tan talentosas como generosas en la entrega. Me generáis más admiración por el rato inolvidable creado que por la grandeza de vuestros saltos. Gracias sinceras por vuestra gramática. ¡Cuánta falta nos hace!

Pd. Entre sus logros, que incluso el cura fuera capaz de hacer un salto medianamente aceptable.


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