Anécdotas veraniegas que merece la pena no olvidar.

En Santiago de Aravalle se vive de otra forma...

Se va imponiendo la calma en la acampada. Últimos murmullos tras un día de emociones intensas y de muchos acontecimientos.
La calma es sinónimo de sueños dulces y merecidos presididos por una sonrisa: están muy contentos.

La finca les ha sorprendido como te ocurrirá a ti cuando vengas a vernos el día 31.
Nos presiden las estribaciones de Gredos para regalarnos vistas imponentes del circo del Trampal y de la Laguna de Barco. Nos protegen unos robles inmensos que hacen del comedor un verdadero paraíso. Y el sol prepara las tiendas para que no sean frías por la noche y el agua del río para que el baño sea más amable.
Les he preguntado a más de 15 y todos coincidían en estar encantados.

En Santiago de Aravalle se camina más despacio y las señoras del pueblo miran de forma irónica a los que venimos con tantas prisas de la ciudad. Tampoco parece ser necesario hacer filas por las cunetas de manera que el coche, al tener que frenarse, da ocasión para saludarse y preguntar por el nombre.
En estas latitudes las carreteras no son exclusividad de los caballos de vapor, y esta misma tarde ha sido también ocasión de una curiosa y graciosa anécdota.
Tras una curva emerge una oveja que exige frenazo. Tras la primera, un grupo que la acompaña, tras el grupo un rebaño entero de cien. Quizá por la costumbre, sienten la carretera como propia y parece ser norma que tengan preferencia, se les conceda o no.
Así que el coche se convierte en un islote en un mar de lanas. Y, como icono de los pretenciosos avances de la tecnología, rodeados por el rebaño, el coche ha querido cumplir con sus obligaciones pitando en las cuatro direcciones posibles para alertar de la cercanía de objetos con los que quizá chocar, generando una grotesca sinfonía que se antoja como profunda paradoja.
Cierra el cortejo un pastor que parece mostrarse alegre por el encuentro y que lo celebra con un cercano saludo y una amplia sonrisa.
Las ovejas, con su peculiar y tradicional sensor de cencerro bien afinado han contribuido al absurdo de la escena constatado que la vida, solo a dos horas de Madrid, puede ser mucho más pausada y, es posible que mucho más humana.

En Santiago de Aravalle se vive de otra forma y los niñ@s lo han intuido y expresado en sonrisas.

Hemos terminado la jornada contemplando la luna, la misma que es reconocible desde Tres Cantos. Mirándola hemos dado gracias a Dios por el sentimiento de echaros de menos. No es causa de tristeza, sino de reconocimiento de la suerte que tenemos de teneros cerca, motivo por el que dos horas de coche son ocasión de reconocer tan gran regalo. Mirándola, nos hemos imaginado que también la contemplábais y que participábais de la sana nostalgia. Mirándola, os hemos enviado un beso a cada uno.




Categories:

Leave a Reply