Es posible que el adviento sea un tiempo privilegiado para visitar El Salvador. Se acumulan impresiones que convergen en el mensaje de la conversión, como en cuaresma; pero con un horizonte deslumbrante de esperanza.

Ya conoces los acontecimientos sucedidos en la UCA en el otoño de 1989 y el martirio de ocho personas asesinadas durante los años de tensión entre la guerrilla y el ejército en El Salvador.

http://www.rtve.es/alacarta/videos/pueblo-de-dios/pueblo-dios-salvador-memoria-martires/2855399/


Tengo el privilegio de alojarme en la comunidad de los jesuitas en la UCA en San Salvador, en el mismo lugar en el que ellos servían y en el que fueron asesinados. Un regalo para ratificar la distancia entre saber y conocer, entre la noticia y la experiencia. La presunta seguridad de haber leído sobre el tema queda apagada por la fuerza abrumadora del escenario en el que quizá comienza uno a conocer.

Mi formación bíblica me ayudó a entender que las experiencias necesitan ser narradas. De esta forma nos ayudamos a aproximarnos al misterio que encierran.

Para las más profundas, requiero de la música o la escritura y ahora mismo mi guitarra vela armas en casa.

Así que un post se ofrece como ocasión de medir frases y encontrar los términos apropiados para que la palabra emerja sin que se rompa el envoltorio de silencio que requiere lo que se percibe como misterio.

Ayer, a las 24.00, fuegos artificiales. Por supuesto, no por la llegada de un extranjero, sino para la celebración de la Virgen de Guadalupe. Aderezo apropiado para una noche extraña donde el cuerpo no sabe si toca desayunar, comer, dormir o trabajar.

El amanecer, con sabor a aperitivo en España, inaugura un improvisado concierto de amontonados canturreos de cientos de pájaros y cotorras que, según me han informado, anuncian su marcha hasta el atardecer. En ellos mi querido Pedro sabría extraer decenas de matices, pero no puedo saborearlos en su ausencia.

Su no muy melódica sinfonía sirve de acompañamiento para la primera contemplación: la extrema sencillez.

Me temía un lugar falsamente magnificado por mármoles, cartelerías y comodidades para curiosos y visitantes.

Me cuentan que son miles durante el año pero no encontrarán aquí sino edificios construidos con bloques de hormigón, cerrajerías de aluminio que ya solo vemos en los contenedores de obras y mobiliarios que devuelven a los recuerdos en casa de la abuela.

La capilla la componen unos bancos acolchados y dispuestos en torno a un altar que se asemeja a un pupitre de escuela, generando una preciosa conexión entre el trabajo y el sacrificio como el mejor ofertorio posible. Bañado en luz, resulta un lugar privilegiado para la oración.

La sencillez me resulta acogedora. Converge con los sabios consejos de Carmen quien recomendó venir con lo mínimo y evitar, así, trasbordos y pérdidas de equipaje. En lo poco, aparece con claridad la línea que tantas veces me toca explicar en clase entre lo necesario y lo superfluo. Trae consigo el recuerdo de palabras de Vicente de Paúl y de Francisco mostrando la necesidad de la Iglesia de expresarse en estas coordenadas. La extrema sencillez se convierte, aquí, en cauce de encarnación ante una sociedad tan amenazada de pobreza. La sencillez es, aquí también, credibilidad.

La entrada, como pórtico y adorno, exige recorrer un bonito y sencillo jardín de rosales, extremadamente cuidados, y circundados por un conjunto de cóleos como el que siempre me acompañó en el seminario, regalo de mamá para que aprendiera a cuidar.

Lejos de ser mero ornamento, una roca, al fondo, con la inscripción de seis nombres, permite entender que la rosaleda es, realmente, un espacio sagrado al que hay que acercarse descalzo por ser el lugar donde fueron asesinados.

Lejos de resultar macabro, el lugar es hermoso e invita a detenerse y, sencillamente, contemplar. Las rosas, como en el principito, también hablan y ofrecen su mensaje: para entrar en lo sagrado, en lo humano, realmente; hace falta amar. Al precio que sea, hasta las últimas consecuencias. Ese es el mensaje con el que recibe esta comunidad para acceder a sus instalaciones.

Lo sabe la madre que madruga cada día y que se ve recompensada en la sonrisa de su hijo en la extraescolar del sábado; lo sabe el padre que entra y sale de la oficina de noche para reponer fuerzas en un paseo familiar por el campo en fin de semana; lo sabe la viuda que se inventa cada mañana una sonrisa para que sirva de hogar a sus hijos; lo sabe quien perdona hasta doler; el voluntario que una tarde más vuelve a superar la pereza para saborear la satisfacción a su regreso; el profesor que se adelanta al alba para inventar el ejercicio hasta entonces nunca imaginado; y el que disfruta, en silencio, con la sonrisa de la persona amada.

Estas rosas también exigen ser "domesticadas" y hacer creíble su mensaje tras la visita.

Me denuncia que la sencillez de esta comunidad llame mi atención. No resulta un valor lejano a mis búsquedas e inquietudes y, quizá, la sorpresa sea sinónimo de haberse acostumbrado a lujos injustificados.

Me denuncia la contemplación de un jardín que localiza las distorsiones que soy capaz de crearme bajo capa de presunta madurez.

La oración de sexta se convierte en privilegio por poder realizarla frente a este jardín de rosas, donde pedirle a Dios que nos ayude a entender el misterio de las espinas y la belleza de sus pétalos y que integrando estas vivencias permitamos la encarnación de Dios en nuestras vidas.

Como si fuera la de Juan, las voces de las rosas claman en el desierto.



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