De nuevo frente al jardín de rosas. Hacia el frente, ya sabes que se accede a la comunidad y, hacia la izquierda, tenemos las dependencias donde Elba y Celina hacen memoria de los discretos. Hacia la derecha una puerta da acceso al Centro Monseñor Óscar Romero, Instituto Teológico donde tiene su epicentro la famosa Teología de la Liberación. Así las cosas, parece que el jardín de rosas hace, también, las veces de punto de encuentro: comunidad, servicio y estudio.
Tras cruzar el hall, una calle ancha que sirve de perímetro a todo el campus, no excesivamente grande. Unos ochocientos metros, buscando la ruta más larga.
Su recorrido me genera una profunda impresión porque la inteligencia de los edificios. Sobre todo si se es sensible a estos artes, permite intuir una idea muy reflexionada en relación a los espacios y lo que se quiere generar con ello.
Delimitada la ladera, la subimos y bajamos por los costados, ponemos la puerta principal y el rectorado en la zona de menos altura y la zona de teología y la comunidad en la más alta.
Como si se tratara de la extensión de la espiritualidad de Lucas, parece sugerirse un necesario ascenso que parte de las dependencias administrativas para dirigirse hacia los edificios que albergan las ingenierías, subiendo hacia las humanidades para alcanzar finalmente los estudios eclesiásticos. Quizá esté proyectando el itinerario formativo que tuve la suerte de vivir, mezcla de circunstancias y decisiones, y que ahora, con perspectiva, me parece un regalo tan privilegiado. Pero no descarto estar conectando con las intuiciones de los fundadores de esta Universidad.
En el centro, una plaza que se hace llamar del encuentro. Con una cafetería precedida de un gran techado que alberga comensales y diálogos.
Tendrás que completar el escenario con un ejercicio de imaginación, acostumbrados como estamos a materiales relumbrantes, altas calidades, encimeras a juego de cenefas que tardan una barbaridad en llegar y que retardan la aventura de la emancipación. Elimina fuentes, juegos de agua, que este país no da para tantos lujos.
Pero incorpora una limpieza, cada vez menos frecuentada por nosotros y una amabilidad que es también denuncia a la cultura de la que procedo, al convertirse en motivo de sorpresa: me han saludado 8 personas en el último recorrido entre operarios y alumnos. Rescata los bloques de hormigón de nuestras naves industriales y los ladrillos de 12 cms, ya solo en uso en edificios previos a reforma, para constituir un conjunto insultante a nuestro presunto desarrollo. A nuestro entramado de aeropuertos inutilizados, autopistas de peaje de las que tiene que hacerse cargo el Estado y remodelaciones estériles para corregir las que tampoco fueron de utilidad.
Como alternativa, aulas que emplean la inclinación de la ladera para generar un sistema de escalones que faciliten la visión hacia la Tarima. Sí, con mayúsculas, de las de tablón de madera que ya no usamos ni para las cajas de pescado. Con un sistema de techado cuyo resultado excede de las capacidades innatas de los materiales para exprimir las posibilidades de la altura y la inclinación de los paramentos y lograr una acústica sorprendente. Que evita, también, ecos y reverberaciones abriendo amplios vanos que facilitan la ventilación y evitan el sopor por el calor y la humedad.
En silencio contemplo algo, sencillamente, brillante.
Me encantan las ideas utópicas y ambiciosas. Pero cada día valoro más las encarnadas, las que dan forma y hacen avanzar esos procesos. Aquí, no se trataba, sin más, de la idea lúcida de transformar una sociedad por vía de formación, sino incorporar todo un catálogo de creatividades que hacen que los problemas se resuelvan de manera inteligente y eficaz para hacer el sueño creíble y realizable.
Si el perímetro del campus es abarcable, el del centro de estudios teológicos es sobrecogedor. Venir a la UCA le prepara a uno para el encuentro con libros de la biblioteca de mis amores y mis lágrimas en Burgos, de personajes que uno pensó nunca conocería. El lugar donde tantos y tantos grandes de la Teología meditaron sobre la forma de encarnarla en este contexto cultural para ofrecernos a todos trazas de renovación y otros horizontes aunque fuera, en ocasiones, desde tertulias polémicas.
Mis primeras lecturas, por indicación de mi amigo Antonio Ruíz, fueron de estos profesores. El primer libro que me quitó el sueño, en el sentido estricto del término, fue escrito entre estas paredes. Incluso tengo a gala que una de mis pocas notas bajas en la carrera fuera por citar a un autor de esta facultad que no parecía ser del agrado de un profesor de cuyo nombre no quiero acordarme. Hoy pude compartir mesa con él.
Aquellas intuiciones son, ahora, regalo para todos pues suponen los cimientos de la Teología del Pueblo que es la tan valorada a través del testimonio del papa Francisco. Qué paradojas, lo que hace décadas se tildó de herético ahora causa una profunda admiración. Quizá sea el único reconocimiento posible para tantos sufrimientos.
Pues todo este hervidero de ideas, de intuiciones, se cocieron entre muros de bloques de hormigón, en apenas 4 aulas para un centenar de alumnos, hechas con materiales cuyo rendimiento excede su eficacia inicial. En un perímetro que, ni en pasos cortitos, he conseguido recorrer en más de 5 minutos.
De haberme encontrado con edificios grandilocuentes, extensas bibliotecas, atractivos laboratorios y talleres habría disfrutado con admiración del regalo. Pero encontrar que este torrente de creatividad, de ciencia, de renovación, sea un caldero de menos de 5 minutos de perímetro, me parece otro grito de Juan en el desierto para este adviento.
Entre materiales tan sencillos la grandeza tenía que ser espiritual y desplegada por grandes humanidades.
Me doy otra vuelta por el campus, en silencio. Para tomar conciencia de que si con estos medios se lograron estos efectos, con los que tengo a mi disposición el rendimiento ha de ser mucho más alto. De otro modo se convertiría en habitáculo de mediocridad. En España, con muchos más, estamos siendo capaces de bastante menos. Y no me quedo solo en el enfado que muchas veces me genera la apología de la incultura y de la vaciedad de muchos de los alumnos que conozco; tampoco su falta de arrojo y de valentía en lo que llamamos cultura de un emprendimiento, que, honestamente, solo conozco en beneficio propio. Asumo también la responsabilidad que seguramente yo no ejerzo con suficiente trascendencia. Este campus es un grito a valorar los privilegios que disfrutamos. Me comprometo a cambios.
De nuevo frente al jardín de rosas presento a Dios todas las grandes ideas con las que llenamos los entusiasmos a la espera de medidas creativas para su encarnación. Entiendo que celebrar la Navidad es emplear la inteligencia para hacer visibles las ideas bonitas.
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