Por presunta agilidad que seguramente sea sencillo reduccionismo tendemos a quedarnos con una palabra para sintetizar el pensamiento de un filósofo, con un nombre para referirnos a un periodo o movimiento social, y a una fecha para aludir a un periodo histórico, seguramente más complejo.
De manera injusta, tras esa simplificación, surgen las interpretaciones míticas que ignoran la complejidad de los problemas: la confluencias de factores que explican un acontecimiento que parece aislado y las sinergias que hacen que una persona pueda liderar un proyecto.
El refrán popular habla de que todo gran hombre tiene detrás una gran mujer. No me satisface por la injusticia en términos de género, y porque dudo que un solo apoyo, por fuerte e intenso que sea, pueda sostener un perfil de esa naturaleza. Más certero me parece el que emplea José Antonio Marina acerca de que para educar a un niño hace falta una tribu entera, pero se ciñe a la educación, aunque no sea poca heroicidad.
Haciendo memoria, todos los grandes proyectos en los que he tenido la suerte de participar han sido colectivos. Me podrá haber tocado liderarlos, pero insisto en el verbo participar que es un ejercicio de humildad y de reconocimiento a los discretos. En el resto, la discrección me tocó ejercerla a mí para liderazgo de otros.
Por el contrario, una línea explicativa para muchos de mis fracasos pasa por haber intentando emprenderlo con solo las propias fuerzas, o porque los presuntos compañeros que iban a serlo solo lo fueron durante una etapa concreta previa a la deserción por las razones que fuera.
Me han preguntado ya en un par de ocasiones por Ignacio Ellacuría, nombre al que se asocia la Universidad de El Salvador. Alguno ha ampliado el concepto a "compañeros mártires" pero es mucho más difícil que tengas noticia de Ignacio Martín-Baró, Segundo Montes, Juan Ramón Moreno, Amado López, Joaquín López, todos ellos jesuitas; a los que habría que sumar a Elba y Celina de las que ya te he hablado.
Tengo que reconocer, no sin sonrojo, que yo mismo desconocía estos nombres. En mi visita a la UCA he podido entender su significado. Su presencia, aquella noche, no era una cuestión circunstancial y azarosa; tampoco eran solo sus compañeros de comunidad, y esto ya sería motivo de enorme reconocimiento.
Cada uno de ellos constituye una biografía de extraordinario interés y una especialización en el saber que cada uno de ellos fue protagonizando. La UCA, en tiempos de Ellacuría no sería comprensible sin sus aportaciones y sus trabajos. Quizá en Europa el nombre de referencia era el de Ignacio, pero el conocimiento más profundo de la dinámica de la Universidad enseguida apunta hacia la relevancia de esta comunidad de jesuitas al completo.
Prometo indagar con tiempo suficiente en cada uno de sus itinerarios, pero en estos días mi atención ha quedado polarizada por la figura de Ignacio Martín-Baró. Con el debido respeto, creo que tenemos algunos puntos en común. Según me cuentan, el gusto por la música, más en concreto, a través de los acordes de una guitarra que le servía como forma de oración y como herramienta privilegiada en la pastoral que llevaba a cabo los fines de semana en aldeas donde su nombre sigue emocionando.
Compartimos la inquietud por la psicología. En mi caso de puntillas y como mero aficionado, nostálgico de ocasiones para profundizar en tal saber. En el suyo, una figura consagrada en el desarrollo de la psicología social con aportaciones especialmente decisivas procedentes de su sensibilidad y lecturas latinoamericanas.
La tercera cosa que hemos compartido, al menos durante unos días, ha sido su cuarto. La que fuera comunidad de los jesuitas destinados al trabajo universitario, es ahora lugar de acogida para los que venimos de paso. Y he vivido como privilegio la ocasión de habitar, aunque fuera solo unos días, en un espacio que percibo como sagrado.
Es sobrecogedora la extrema sencillez de una habitación, también hecha de bloques de hormigón, con unas instalaciones y mobiliario que me devuelven a la convicción de revisar la distinción entre necesario y lo superfluo. Apenas unas estanterías, una cama y una pequeña mesa de trabajo que sintetizan el sentido de una vida ofrecida a través del trabajo académico. Es sobrecogedor pensar que de estos pocos metros cuadrados pudieran emerger intuiciones tan profundas y que tanto bien han hecho a través de la psicología. Y es sobrecogedor guardar silencio, cerrar los ojos y tener la sensación de poder alcanzar los ecos de una noche en la que la violencia quiso profanar una vida construida desde la sencillez, la ofrenda a un pueblo y a Dios.
Como propósito de nuevo año, mi gratitud por las personas con las que puedo emprender grandes proyectos y la revisión de aquellos que quizá requieran de volver a sumar nuevas personas.
Con profundo respeto, mi última oración en el campus, es en un cuarto que me ha permitido experimentar con profundidad la comunión de los santos.
Categories: