Buscamos soluciones complicadas convencidos de que solo así adquirirán el suficiente glamour que calme nuestras expectativas de grandeza.
En el segundo libro de los Reyes se relata la experiencia de Naamán el Sirio, hombre poderoso y enfermo de lepra que por buscar soluciones a su enfermedad, no dudó en acudir, incluso, a los profetas judíos, por extraño que pudiera resultar a un extranjero.
Eliseo, el profeta, le sugiere darse siete baños en el Jordán. Y Naamán expresa su decepción... ¿para esto un viaje tan largo? ¿son mejores la aguas del Jordán que las de Damasco? ¿una problema como el mío y una solución... tan simple?
Eliseo me recuerda a mi padre, veterinario de profesión. En varias ocasiones presencié escenas parecidas... «Mi perro se ha torcido una pata». «Póngale usted "Reflex" y tápele con un calcetín para que no se lo chupe».
Pero a algunos de los preocupados amos, tal solución le parecía en exceso vulgar para la delicadeza de su mascota. Mi padre, comprensivo, accedía a sus inquietudes recomendándole, entonces, un medicamento lo más caro posible, y con el nombre que fuera capaz de poner más a prueba la capacidad de pronunciación, para satisfacción del cliente que así marchaba mucho más seguro de la eficacia del tratamiento.
Naamán tuvo que mostrar su fe dando crédito a que la solución pasara por algo sencillo, pero vivido con profunda convicción. Y se sanó. Con su baño se nos invita a todos a vivir con intensidad lo cotidiano para encontrar la solución a nuestros problemas, renunciando a que las presuntas complejidades puedan justificar nuestra falta de arrojo.
De vuetla a Damasco, junto a Naamán pasean dos perros: el que sanó su pata con el complejo medicamento; y el que lo hizo con una solución mucho más sencilla y no por ello menos ingeniosa.
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