En estos días de selectividades y tensiones vuelvo a sufrir por la filosofía.

Los chic@s de la parroquia se esfuerzan en memorizar propuestas que no comprenden en el origen de las preguntas que sus autores se hacían y que se muestran, por consiguiente, como abstracciones incomprensibles: «ralladas» dirían ellos.

Curiosamente, en no pocas ocasiones, bastan veinte minutos de conversación para que las palabras se conviertan en elocuentes, generando interés; y abran los ojos para mostrar que filosofía es la búsqueda que cada uno de nosotros hacemos por explicarnos y por entender nuestra realidad.

Creo que les explicamos mal la filosofía. Quizá porque los adultos hemos renunciado a ella. Quizá por eso las facultades están vacías y, lo que es peor, también los intelectos.

Y, sin embargo, la filosofía nos hace falta. En estos días, «La rebelión de las masas» hace dudar de si el profesor Ortega y Gasset pensaba en aquella España republicana o si en esta generación distanciada y frustrada ante la clase política y que reclama cambios sociales profundos.

El profesor me ha hecho volver a reír con el famoso párrafo que explica que las masas se comporten como el más tonto de los que habitan entre ellos y que me sirve para comprender a muchas de las personas a las que observo y que inconscientemente están consagradas a sembrar daño a su alrededor. Y, sobre todo, me hace reír por las ocasiones en que fui yo el incapaz de distinguir los «dos dedos de distancia».

«Nos encontramos, pues, con la misma diferencia que eternamente existe entre el tonto y el perspicaz. Éste se sorprende a sí mismo siempre a dos dedos de ser tonto; por ello hace un esfuerzo para escapar a la inminente tontería, y en ese esfuerzo consiste la inteligencia. El tonto, en cambio, no se sospecha a sí mismo: se parece discretísimo, y de ahí la envidiable tranquilidad con que el necio se asienta e instala en su propia
torpeza. Como esos insectos que no hay manera de extraer fuera del orificio en que habitan, no hay modo de desalojar al tonto de su tontería, llevarle de paseo un rato más allá de su ceguera y obligarle a que contraste su torpe visión habitual con otros modos de ver más sutiles. El tonto es vitalicio y sin poros. Por eso decía Anatole France que un necio es mucho más funesto que un malvado. Porque el malvado descansa algunas veces; el necio, jamás».

En lenguajes audiovisuales actuales, una soberbia interpretación de estas palabras por los artistas de Pixar, para mostrar los beneficios de la perspicacia y los terribles impuestos a que estamos sometidos cuando actuamos como tontos.

Apología del tonto


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