La crisis maquilla con datos, estadísticas y tendencias historias concretas, narraciones donde el diagnóstico adquiere su verdadero peso.
Me dicen que en el la grafía china, la palabra «crisis» se compone de dos dibujos que, de manera independiente, significan: peligro y posibilidad.
Estas variaciones etimológicas se me hicierion visibles hace unos meses.
Una actividad de verano. Una persona que no puede pagarla. Un aviso. Una invitación a que vengan para charlar y buscar una solución. Nada diferente a otros años.
Una de las muchas familias afectadas por la crisis, por el impago de los clientes, incluidos los estatales, que dificultan el abono a proveedores. Hasta que la situación se hace tan crítica que entran en juego los bienes familiares y personales. Entonces la crisis ya no es solo estructural y social, sino tragedia que se arraiga en lo más profundo del corazón.
El rosto de la madre evidencia la crudeza de esta ecuación descrita cuando llegan para mantener la entrevista, e inicia la conversación con todo sosegado pero contenido. Cada palabra es un reconocimiento y la verbalización aumenta la conciencia sobre el propio drama que están viviendo. Por eso la voz comienza a quebrarse mientras describe los inicios de lo que fue un negocio familiar, de los buenos tiempos y de las obras públicas cuyos pagos no llegan a tiempo.
Al responderme sobre cómo se encuentran, cómo está su marido, qué perspectivas encuentran de futuro... el llanto interrumpe el discurso para invitar a otro plano de meditación donde las palabras vuelven a ser escasas.
El tenso silencio lo rompe la hija. Como si pudiese mantenerse ajena a la situación, su sonrisa es anticipo de una propuesta: «He estado ahorrando, de los regalos de cumpleaños y de la paga... ¡Tengo ya casi un tercio de lo necesario! Solo te pido que me dejéis poder pagarlo a plazos. He hecho cálculos. Y en otoño creo que podría pagarlo todo».
La mamá trata de integrar sentimientos contrapuestos ante la iniciativa de su hija de dieciséis años. Intuyo en ella la mezcla de vergüenza, en este caso injustificada; fracaso... pero, al tiempo, admiración por su hija a la que ha querido acompañar para que no fuera sola a formular la propuesta, como escondiéndose ella del posible acuerdo.
En este último sentimiento traté de insistir. Donde ella percibía motivos para lágrimas de tristeza, a mí me costaba mantener las que querían expresar una profunda admiración: por la entereza de la hija, por su sentido de la responsabilidad, por su tesón, por su capacidad de sacrificio traducida en ahorro, por su constancia, por su espíritu emprendedor para buscar soluciones y no caer derrotada ante dificultades no pequeñas para su edad. Por todas estas virtudes que olvidamos en los años previos a la crisis y que ahora se nos proponen como alternativa a la recesión y que esta joven ya tiene encarnadas. Por el éxito educativo que supone que un adolescente llegue a esos planteamientos: no son criterios que puedan improvisarse.
A duras penas me fue posible cerrar el acuerdo tratando de convencerles que en ningún caso dejaría de participar en la actividad y que bajo ningún concepto admitiríamos un pago hasta que la situación no se hubiera normalizado.
Mucho menos para participar en una actividad consistente en la atención a menores en situación de marginación y exclusión social a las que esta joven quería dedicar su tiempo y capacidades.
Solo fui capaz de convencerla bajo el argumento de que sus ahorros podían ser útiles a su familia, que esa era ahora su primera responsabilidad y que habría posteriormente ocasión de cerrar este tipo de cuestiones.
En un paseo para la meditación, la espontánea propueta de la joven se convierte en espada afilada, en forma de interrogantes, de toma de conciencia de lo que suponen las cifras que manejamos, a veces con ligereza; de la suerte vivida, de la responsabilidad que cada uno tenemos...

La actividad fue un éxito. Su experiencia también.

Meses después, cuando aquella conversación estaba ya en las páginas cercanas al olvido una rápida conversación: «Ya casi lo tengo todo. No me olvido. Os lo debo».

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