Hace pocos días tuve la suerte de visitar Soria y de disponer de un rato para acercarme a Vinuesa, enclave precioso y lugar donde «entrar descalzo» por lo sagrado de los recuerdos.

En la puerta del antiguo seminario volvieron a mí las imágenes y colores de un campamento, hace ya algunos años. De entre todos ellos emergió con especial fuerza el de quien era, por aquél entonces, solo una niña de diez años. Impropiamente madura para su edad. Especialmente responsable y servicial. Y dotada de una especial sensibilidad, quizá fruto de sufrimientos en exceso tempranos, para el reconocimiento de claves importantes que otros simplemente obviarían.

Era la tarde del siete de julio. Inolvidable por las dramáticas noticias del atentado de Londres. Pero la vida continúa y había que ir a comprar. Mientras sacaba el coche se dio cuenta de que la puerta de la finca estaba cerrada y dejó el juego para abrirla.

-«Siempre tan atenta».

-«En lo que os podamos ayudar... los monitores estáis siempre pendientes de nosotros, ¡qué menos!...».

- «Algún día te tocará a ti».

-«Ummm, eso espero..., me encantaría pero aún me quedan... ¡ocho años!».

Nuestros caminos se separaron tiempo después, pero no lo suficiente como para que no pudiéramos seguirnos de reojo.

Siete veranos después volvimos a cruzar los senderos en un curso de formación de tiempo libre. Ocho veranos después me hablaron de su estreno como monitora, de su especial desvelo por los críos... En definitiva que aquella promesa se había cumplido.

En mi corazón dos oraciones. Una de agradecimiento por la contemplación de promesas que se cumplen, de proyectos que no quedan difuminados por el paso del tiempo; en un mundo tan variable, cambiante y olvidadizo como el nuestro. Quizá sea cierto que para alcanzar determinados niveles vitales haya que seguir siendo como niños.

La otra oración, a través de la poesía de Gabriel Celaya quien puso palabra al excelso arte de la educación:

Educar es lo mismo
que poner motor a una barca…
hay que medir, pesar, equilibrar…
… y poner todo en marcha.
Para eso,
uno tiene que llevar en el alma
un poco de marino…
un poco de pirata…
un poco de poeta…
y un kilo y medio de paciencia
concentrada.
Pero es consolador soñar
mientras uno trabaja,
que ese barco, ese niño
irá muy lejos por el agua.
Soñar que ese navío
llevará nuestra carga de palabras
hacia puertos distantes,
hacia islas lejanas.
Soñar que cuando un día
esté durmiendo nuestra propia barca,
en barcos nuevos seguirá
nuestra bandera
enarbolada.
De regreso a casa, mediciones, pesajes y nuevos equilibrios, mientras Dios dé fuerzas para ello.


Categories:

Leave a Reply